Dos príncipes eran. Dos hermanos. Dos guerreros.
Kinich y Tizic. Valientes y temerarios eran los príncipes aunque sólo en eso se parecían ya que mucho distaban de hacerlo en sus personalidades. A Kinich le había sido obsequiado por los dioses el don de la amabilidad y la misericordia. Esto era reconocido por su pueblo que lo amaba y respetaba.
Tizic en cambio, era invadido fácilmente por la ira y todos bajaban la cabeza a su paso esquivando su mirada para evitar arriesgarse a ser víctimas de su atropellado temperamento y cruel corazón.
La caprichosa fortuna, que andaba aburrida quiso divertirse haciendo que ambos se enamoraran perdidamente de la hermosísima doncella Nicté Há, como sucede con frecuencia en este tipo de historias para poder generar un conflicto.
Tizic desafió entonces a su hermano Kinich para ver quien se quedaría con el corazón -y el resto del cuerpo, claro está- de Nicté Há. En esos tiempos parece ser que no se usaba mucho consultarle la opinión a la doncella. Mucho más entretenido era definir con un duelo.
La noticia del enfrentamiento no les causó ninguna gracia a los dioses, que bastante sacaditos de onda oscurecieron absolutamente el cielo del kaah, el océano bramó ferozmente y hasta la luna decidió esconderse durante las varias noches que duró el enfrentamiento.
A los hermanos se les fue un poquito la mano en el duelo y terminaron muertísimos, uno en los brazos del otro. Y así muertisimos y juntos marcharon hacia el otro mundo al encuentro de los dioses. Al llegar les suplicaron perdón, rogando se les permitiera regresar al mundo de los vivos para poder seguir viendo a su amada. Los dioses les concedieron el deseo, no sabemos si por generosos o porque realmente no les parecería muy conveniente tener ahí ociosos a dos hermanos que fueron capaces de matarse por enamoramiento y que no estarían demostrando con su pedido haber entrado mucho en razón después del absurdo episodio.
Renacieron entonces los dos, Tizic como un árbol de Chechen, que segrega un veneno dentro de sus ramas y quema a quien se acerque a descansar a su sombra. Kinich, conservando su alma noble, renació en forma del árbol Chacah, y su savia cura a todo aquel que haya sido dañado por el veneno del Chechen.
Algo nos enteramos a último momento de la doncella: Murió de tristeza al enterarse de la trágica historia de los dos hermanos imbéciles y los bondadosos dioses le dieron la oportunidad (una vez más no está documentado si ella lo solicitó o si como en toda esta historia, nadie le pidió nunca opinión) de volver a la tierra renaciendo en la hermosa flor de lirio, que siempre se halla cerca del agua.
Así es que se dice entonces por estas tierras que siempre que haya un árbol de Chechén, encontrarás uno de Chacá a su lado.