Mano a Mano, en rincones que se dejen

EL 25 de abril pasado presentamos con el amigo Ernesto Anaya el espectáculo que veníamos deseando hace un tiempo y por fin logramos concretar: «Mano a Mano», un contrapunto de canciones mexicanas y argentinas, con anécdotas y conversado (los que nos conocen podrán imaginarlo). Tomás Medina Saúl se sumó con percusiones en algunos temas.

Fueron casi dos horas de gozar el escenario. Pero hay veces que a los artistas nos queda la duda de como lo habrá vivido el público. Esta duda vino a despejarla Álvaro Alcantara, amigo de Ernesto, que salió con ganas de contar como se sintió en este «Mano a mano». Me emocionó generar con un puñado de canciones, el deseo en quien las escuchó de escribir lo que aquí les comparto.

Muchas gracias Álvaro!

“En rincones que se dejen”
Un espectáculo de Ernesto Anaya y Juan Martín Medina
En un viernes de primavera, el frenesí urbano de la ciudad de México ofrece un resquicio a la intimidad. Y mientras una canción recuerda cajones y corazones extraviados un mes de abril y San Marcos acaba de celebrar otro más de sus aniversarios, dos músicos polifacéticos y multi región se reúnen una noche para cantar. Y por inverosímil que parezca, las trayectorias de vida y las rutas profesionales de Ernesto Anaya y Juan Martín Medina encuentran en un acto simple y sencillo la complicidad necesaria para abrazar a su audiencia: el amor a los cantos de la tierra.
El espectáculo «mano a mano» que Juan Martín y Ernesto ofrecieron la noche del 25 de abril en el Foro del Tejedor de la librería/café El Péndulo de La Roma es un testimonio contundente de que existen canciones exitosas, canciones que venden discos, canciones afortunadas, canciones malas, canciones buenas, y canciones del pueblo y de la tierra. Y esas, «las canciones del pueblo y de la tierra», son aquellas que no sólo se cantan sino que deben cantarse de cuando en cuando, por el simple hecho de que narran la vida, y a la vida hay siempre que honrarla. Zambas, corridos, tonadas de ida y vuelta, vidalitas, bola suriana, valonas, gatos, salamancas, huapangos o chacareras construyen un rompecabezas de los sentidos que cada uno de los asistentes se encarga de armar según le marque el presente.
Divertidos, conversadores y, a momentos, “rinconeros” Medina y Anaya (a ratos acompañados por el hijo de Juan Martín, Tomás) deshojaron la margarita con piezas musicales que hablan de pasiones, de pérdidas, de despedidas, de traiciones, de mujeres, de hombres con y sin mujeres, de la fiesta y de los diablos en los cuerpos y en el corazón (casi nada – es verdad – cantaron de mujeres que saben amar “a pesar de los hombres, pero seguro ya lo harán). Ese conjunto de canciones que la gente ha compartido con Zitarrosa, Violeta Parra, Tomás Méndez, a Mejías Godoy, Discépolo o Artidorio Cresseri, por mencionar apenas algunos nombres componen las “paradas” de este convite sonoro, que a más de uno le saben a infancia, “a amores hace tiempo”, le recuerdan a sus viejos, o le hacen volver a aquella tierra de la que se encuentran distantes. Si la poesía es de quien la necesita – como bien recordaron durante el concierto estos juglares -, las canciones son de sus dolientes y festejantes.
A mi lado una mujer lunera sentía tumbos en sus adentros cuando sus ojos recordaban mediante aquellas letras a los protagonistas de su propia historia; más allá alguien evocaba a su patria, otro volvía sonriente sobre sus pasos, mientras este servidor redescubrió al volver a escuchar “un casamiento de negros” a una Violeta negra, de negra hechura, de negra voz y de certeras imágenes. Y conviniendo que esa es la razón de ser de quienes hacen y recrean las canciones, los músicos de ayer salieron en andas al conmover a quienes los escucharon. Los aplausos, complicidades, escalofríos y cantos compartidos así lo afirman.
“En rincones que se dejen” – se escuchó decir la noche de ayer a los músicos, un instante previo a la despedida. “En rincones que se dejen, nos volveremos a encontrar.” Y en canciones suyas y que son nuestras volverán a aparecer en una noche cualquiera Ernesto Anaya y Juan Martín Medina para al alimón cantarle con amor a la tierra. La de Argentina, la de México, a la tierra del corazón.
En rincones que se dejen
con Juan Martín y el Anaya
se oirán canciones que tejen
por donde quiera que vaya…
la poesía que estremece

Alvaro Alcántara López

La Acción y la Resistencia Colectiva

Buen día, buen lunes, buena semana.
Creo absolutamente en el poder de la acción, y más aún en el de la acción colectiva. Con tanto ruido en México por la iniciativa de Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión (conocida como LeyTelecom), que censuraría el uso de internet, hoy me desperté pensando en lo bien que me cae Chomsky con su empecinamiento en el compromiso de los intelectuales y en la resistencia colectiva para combatir la feroz maquinaria de control de pensamiento que ejercen los grupos de poder a través de los medios de información.
«No hay forma de estar informado sin dedicarle esfuerzo, tengamos en mente lo que tengamos, sea sobre lo que pasa en el mundo, sobre la física, sobre el béisbol, lo que sea, la comprensión no es gratis. Es cierto que la tarea, para un individuo concreto, es entre horriblemente difícil y completamente imposible. Pero está al alcance de cualquiera que sea parte de una comunidad que trabaja en equipo.»
«Más importante que todo esto es que una comunidad, una organización, puede ser la base para la acción y, aunque entender el mundo puede ser bueno para el alma (sin pretender ser cínico), no ayuda a nadie, ni a uno mismo de hecho, si no lleva a la acción».
Y asociando libremente se me vino a la cabeza una vieja canción de Patxi Andión que escuchaba y cantaba de niño: Padre. En una parte, Patxi le canta
«No quisiste jamás, salvarte solo
Porque no hay salvación decías, si no es con todos»

Más claro, echale agua. Les dejo la canción entera por si quieren escucharla.
Besos y abrazos para todos. A trabajar.

«Mano a Mano» y «Salamanqueando para L’Ernestito Romero»

Este viernes 25 de abril del 2014 vamos a estrenar en México «Mano a Mano», un espectáculo de canciones argentinas y mexicanas que hemos estado armando con el amigazo Ernesto Anaya, artista de un recorrido importante por estos pagos mexicas y más allá.

Para armar el repertorio recorrimos al menos unas 300 canciones, escuchando y viendo varias versiones de cada una. Esta labor, aunque ardua, nos resultó muy divertida. Cada canción nos hizo saltar a distintos puntos del continente y de nuestras propias vidas, nos contamos las anécdotas que íbamos recordando y relacionando, descubrimos significados de algunas palabras que se utilizan en los muchísimos modos de hablar el castellano a lo largo de nuestra América, deliberamos sobre la legitimidad de que se nos llame (y llamarnos)  «latinos» a los habitantes americanos de habla hispana y varias cosas más que seguramente les iremos contando más adelante.

Lo que quiero mencionar ahora es que en medio de esta catarata de información y emociones, Anaya encontró en la red un video del programa de Juan Carlos Badía (que gusto era ir a tocar a ese programa, no había ninguno con tan buen sonido) donde Suna Rocha canta una muy buena y poderosa versión de «Salamanqueando pa’mi», de Raúl Carnota. Calculo que sería 1989 y la acompañaban ese día  Ernesto Romero, Walter Soria y Hugo Sosa. Todos amigos, músicos hoy de mucha trayectoria.

Pero quiero detenerme especialmente en Ernesto Romero, pianista cordobés que no es tan conocido como se merece. Compartimos casa durante un tiempo en Bs As. No nos conocíamos de Córdoba pero cayó un día a un departamento que me prestaba mi tía en Arenales y Anchorena, anunciandose de parte de Minino Garay . Con ese salvoconducto entró, bolsito al hombro y teclado envuelto en una manta bajo el brazo (creo que un Korg 800). Entró y se aquerenció por un tiempo.

Yo todavía no tocaba profesionalmente, andábamos todos buscandole la vuelta al asunto. Al poco tiempo Ernesto empezó a tocar con Suna y yo con Cuti y Roberto Carabajal.

Me gustaría que los que no lo conocen presten atención a lo que el tipo tocaba ya en aquellos tiempos.

Un día «L’Ernestito» como le decíamos con Minino, se volvió a Córdoba. Le perdimos el rastro por un tiempo. Se comentaba por ahí que había vendido el teclado para comprar una moto (como un émulo comechingón de «El loco de la calesita») y que había dejado de tocar.

Conversando un día de esto con Rodolfo Sánchez mientras esperábamos para probar sonido en ese festival buenísimo que por esos tiempos se hacía en Córdoba llamado «El Chacarerazo» , el gordo con esa capacidad maravillosa que tenía de tirar sentencias irrefutables me dijo: «si es cierto que Ernesto dejó de tocar, hay que hacerle un juicio por traición a la patria!».

Años después me encontré con Ernesto en Mendoza y por suerte no había dejado de tocar. Nunca supe si el trueque teclado/moto había sido cierto o sólo una leyenda. Esa noche me regaló un disco excelente que grabó en dúo con el saxofonista/flautista Pato Pedano, maestro de al menos la mitad de los saxofonistas de Cba.

Ernesto, si leés esto, compartí un poco de tu música.

Por ahora les dejo el link a «Salamanqueando pa’mi»

Va un abrazote!

 

Hoy las 2 fueron las 3. Historia de Santa Bernardina del Monte

Sucedió hoy que al dar las 2 am, automáticamente los relojes de muchos teléfonos pasaron a marcar las 3 am. La magia de la tiempos modernos hace que la mayoría de estos aparatitos se encarguen solos de ajustarse al horario de verano.
Y como con cada cambio de horario, inmediatamente vino a mi memoria el cuento de Leo Maslíah «Santa Bernardina del Monte» que pueden encontrar en su libro «La tortuga y otros cuentos».
Antes de dejarlos con la lectura de Maslìah comparto una inquietud que me aqueja dos veces por año: ¿cual es la hora de verdad? ¿La de invierno o la de verano? ¿cual usan los astrólogos para hacer sus cartas natales, la real o la modificada por la conveniencia del tan mentado ahorro energético? ¿Una hora en esas cartas puede cambiar radicalmente nuestro destino?
«ió que sé», diría el gran Warren Sánchez.
Vamos a Santa Bernardina.

SANTA BERNARDINA DEL MONTE (Autor: Leo Maslíah)

Para ahorrar energía eléctrica, las autoridades de Santa Bernardina del Monte dispusieron que a las cero horas del día veinticinco los relojes se atrasaran una hora, pasando a marcar las veintitrés horas del día veinticuatro. De este modo la gente que tuviera que levantarse a la hora siete del día veinticinco no tendría que prender ninguna luz, ya que en realidad serían las ocho y el sol estaría ya en plena actividad.
Cuando llegó el momento –las cero horas del día veinticinco- la gente de Santa Bernardina del Monte, obediente como era, atrasó sus relojes una hora. Fueron entonces –o volvieron a ser- las veintitrés horas del día veinticuatro. Una hora después, los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco. La gente de Santa Bernardina del Monte, obediente como era, atrasó sus relojes una hora. Volvieron a ser entonces las veintitrés horas del día veinticuatro. Una hora después, los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco.
– ¿Qué hago, mamá? –preguntó un joven-. ¿atraso el reloj?
– Por supuesto, hijo: debemos ser respetuosos de las disposiciones de la autoridad –contestó la madre.
Todos los habitantes de Santa Bernardina del Monte obraron en consecuencia con ese precepto. Pero una hora después los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco. Nuevamente, los pacíficos habitantes de Santa Bernardina del Monte atrasaron sus relojes una hora. Se pusieron entonces a esperar el transcurso de los sesenta minutos que faltaban para volver a atrasar los relojes. Pero algunos tenían sueño y se fueron a dormir, no sin antes dejar turnos establecidos de tal modo que siempre hubiera alguien despierto a la hora de atrasar el reloj.
A la mañana siguiente seguían siendo las veintitrés horas del día veinticuatro. Una hora después eran las cero horas del día veinticinco, e inmediatamente después volvían a ser las veintitrés del día veinticuatro. Faltaban nueve horas para que abrieran las oficinas y los comercios. Una hora después faltaban ocho, pero en menos tiempo del que tardaba un gallo en cantar –y efectivamente había muchos gallos haciéndolo- volvían a faltar nueve.
Los habitantes de Santa Bernardina del Monte, de mantenerse este estado de cosas, habrían muerto de inanición. Sin embargo muy otra fue la causa de su muerte. Tres días después del cambio de hora, un funcionario del gobierno central, que pasaba por el pueblo, interpretó la actitud de los lugareños como huelga general por tiempo indeterminado, y dio parte de ello a sus superiores. Poco después, diez mil soldados entraron con helicópteros y tanques a Santa Bernardina, aniquilando a los insurrectos. Los relojes del pueblo, entonces, quedaron divididos en dos categorías: los que, averiados por las balas, estaban clavados en una hora entre las veintitrés y las veinticuatro, y los que seguían marchando libremente, pudiendo llegar hasta más allá de las cero horas sin que nadie los tomara por las agujas para atrasarlos. De todos modos, algunas horas después, ellos solitos volvían a marcar las veintitrés, como si sintieran nostalgia de sus disciplinados dueños, que en paz descansen.